
APROXIMACIONES A UNA TRADUCCIÓN DE LA EVALUACIÓN DESDE EL PARADIGMA SISTÉMICO AL CONTEXTO SOCIO CULTURAL ACTUAL
Este es la introducción de un tema que trabajo actualmente. Acepto comentarios, sugerencias y críticas.
Hablar de evaluación psicológica implica abordar una serie de presupuestos que no siempre son abordados. Precisamente aquellas formas son los supuestos implícitos sobre el cual operan las tecnologías y de alguna forma constituyen límites para el pensamiento y la reflexión. Un esfuerzo de las ciencias sociales, en el contexto de la posmodernidad, es comenzar a deconstruir estos presupuestos y estudiarlos contextualmente.
En primer lugar, en nuestros tiempos actuales la sociedad le ha asignado a la evaluación psicológica un rol extremadamente amplio. Esta amplitud se observa en la diversidad de roles que juega en la Psicología y en los distintos ejes por los que transita: desde procedimientos diseñados para la detección de necesidades a los mecanismos para realizar peritajes judiciales, de los procedimientos evaluativos para la toma de decisiones a los procesos para construir problemas e intervenciones terapéuticas, de las tecnologías orientadas a identificar recursos a aquellas que señalan las debilidades, de las que se enfocan en la contextualización histórica a aquellas que co-construyen los significados del presente, en fin, una multiplicidad de formas de utilización, que resulta casi imposible definir con relativo consenso el concepto de evaluación clínica psicológica.
En segundo lugar, cada uno de los anteriores roles mencionados emerge en un determinado contexto social, donde confluye con otras disciplinas, otros actores sociales y ante todo otros fines, sirviendo instrumentalmente a intereses de todo tipo, algunos mas ética y políticamente correctos que otros. Esto se refiere a la idea de que la evaluación trascendió el box clínico para instalarse como un instrumento social, incidiendo no solo en el buen ejercicio de las intervenciones psicológicas, sino también en el desarrollo de otros procesos sociales, como la toma de decisiones sobre juicio moral, la evaluación diferencial en casos de discapacidad intelectual, la posibilidad de tuición o adopción de niñ@s, el mejoramiento de intervenciones educativas en contextos escolares, asesorar a supervisores de empresas sobre alternativas de capacitación, entre otras, abriendo el lenguaje de la Psicología a otros profesionales como profesores, abogados, jueces, gerentes, policías o parvularias (1) . En este sentido el proceso histórico ha consistido en pasar de una primera etapa de transfusión de conceptos psicológicos al resto de los contextos, de forma muy hermética y muy teñida por la psicología profunda o psicodinámica, a una segunda etapa de adaptación de la Psicología a los requerimientos de los contextos aprehendiendo los significados asociados a cada uno de ellos (2).
Es por esto que, en tercer lugar, es posible afirmar que la evaluación ya no solo juega con las reglas de la Psicología, o con aquellas de la díada evaluador-evaluado (Sea un individuo o varios), sino que incorpora necesariamente las reglas de los contextos sociales donde es requerida. Este desafío ha sido asumido por la gran mayoría de los Psicólogos haciendo los esfuerzos correspondientes por comprender estos nuevos contextos de significado y adaptar las evaluaciones de forma que estas tengan sentido en tales lugares. De esta forma la tecnología psicológica se pone al servicio de la sociedad de manera efectiva.
Sin embargo, frente a todos estos supuestos medianamente implícitos, existe un pequeño grupo, no por ello irrelevante, de psicólogos que no adhieren con la misma fuerza a esta institucionalidad. Es decir buscan formas de no participar en este tipo de instancias o bien desarrollan evaluaciones bajo un serio conflicto ético-profesional, e incluso existencial. Esta auto –exclusión del suceder de las convenciones sociales o bien esta participación a regañadientes, surge por dos grandes motivos. El primero de ellos, un conflicto de carácter ético con respecto a las modalidades predominantes de evaluación y sus implicancias en el valor del respeto por el otro. Las opiniones del paradigma experiencial, por ejemplo, tienden a denunciar un uso instrumental de las evaluaciones, una falta de sentido con respecto a los procesos terapéuticos, un énfasis en los aspectos negativos e incluso su irrelevancia en el proceso de cambio (Oaklander, 2004). Por otro lado, el segundo motivo, representado en este artículo, argumenta un conflicto de carácter epistemológico entre la mirada profesional y la exigencia del medio social. En este punto, las opiniones del paradigma sistémico, sobretodo la línea que se fundamenta en el construccionismo social, considera que la evaluación, en sus formas tradicionales y en particular aquellas que demanda el contexto social, tienden a preservar estilos de funcionamiento o historias donde los problemas se mantienen y las personas pierden oportunidades para volverse autónomas con respecto a la solución de estos (White, Epston, 1980; Freeman y cols, 1997)
Ahora bien, ambos motivos tienen más de un punto en común. Por ejemplo, aunque este grupo de Psicólogos quisiese o creyera que es importante participar en la elaboración de productos de este tipo (Evaluaciones clínicas en contextos sociales diversos), se produce un efecto que consiste en que la información relevada no es coherente con los contextos donde se solicitan, a la vez que pueden no cumplir con las expectativas de los dispositivos sociales y por lo tanto tener grandes posibilidades de ser desechados como pruebas válidas de lo que le sucede a un cliente o lo que se puede esperar de él. Básicamente, la evaluación que puede realizar este grupo no cumple con dos requisitos básicos, no explicitados, pero si consensuados en esta relación social. Primero, el producto de la evaluación debiese poder predecir el comportamiento captando la realidad tal cual es. Segundo, precisamente aquello que la evaluación capta sería el constructo de la personalidad y por tanto habría un acuerdo tácito y esencialista de su existencia. Por un lado, la predicción es una expectativa social, permite controlar y tomar decisiones que influyan en las conductas futuras de los sujetos, aunque de forma individual y aislándolos de los diversos contextos en donde realizan su existencia. Por otro lado, muy cercana a esta premisa, para que el control sea posible, debe existir alguna entidad, relativamente estable, que no varíe, y que permita tal estimación. Es decir, una personalidad. Ambas premisas, están muy en contradicción con las posturas de lo que he llamado paradigmas alternativos.
Paradigmas Alternativos (3)
Si quisiéramos indagar en los marcos epistemológicos y conceptuales de estos paradigmas alternativos ¿Qué es lo que en términos generales ocurre con respecto a la evaluación?. Básicamente la evaluación queda atrapada por una premisa epistemológica fundamental: el modelo de aproximación al problema del cliente con el que el clínico opera, co-construye el sistema terapéutico, re-asigna los significados que el cliente trae, y a la vez que describe, configura su propia vida. Por esto, el proceso de evaluación se constituye, mas que en una instancia para captar la realidad de la persona “tal cual es”, en una forma de intervención que busca narrar de una manera que se potencie el cambio y que expanda las posibilidades de recrear nuevas configuraciones de uno mismo. Esto quiere decir que la evaluación clínica en este paradigma, esta por así decirlo, “al servicio” de la posibilidad de construir relatos de esperanza en las vidas de nuestros clientes y no de los motivos de los dispositivos sociales (Freeman y cols, 1997)
Esto, en una primera aproximación, puede no producir conflictos mayores, pero ¿Que sucede cuando la realidad terapéutica que se construye no se adecúa a la epistemología de los actores sociales que solicitan evaluaciones? En ese momento se produce el conflicto epistemológico que entrampa a las evaluaciones, al menos desde la mirada que se esta construyendo socialmente de estas. De esta manera pareciera que estos dos mundos no tienen forma de potenciarse mutuamente, no pueden contribuirse, ni siquiera interactuar, o bien que todo intento este destinado al fracaso por esta falta de coordinación entre modelos mentales.
Sin embargo la intención de este artículo, no es tomar una postura de pesimismo u oposicionismo anti-sistémico (4) . El dilema es donde encontrar un punto neutral, un puente entre el lenguaje de esta epistemología, centrada en el cambio y en los procesos terapéuticos, y las expectativas de los sistemas sociales. No es tan fácil. Por lo visto existe un debate no desarrollado acerca de la necesidad de predicción en nuestros sistemas sociales, lo que constituye una diferencia casi irreconciliable con estos paradigmas. Por otro lado, el constructo de personalidad es parte del sentido común e incluso parte del desarrollo normativo en la construcción de identidad, sin embargo muchas de las reflexiones de estos paradigmas concluyen que es imposible tratar de captar la “realidad” de algo como esto (Minuchin, 1981; Whitaker, 1991; Boscoso, 1996).
Por lo mismo, para llegar a encontrar este “puente”, parece necesario formularnos ciertas preguntas. Por ejemplo, ¿Cuáles y como son estas expectativas sociales de la evaluación clínica?, ¿Cuales son los ámbitos donde estas se desarrollan?, ¿Cuáles son las coordenadas que permiten entender el surgimiento de estas expectativas?, ¿Existe en el paradigma sistémico algún ordenamiento de los principales indicadores, nociones, conceptos, símbolos o señales, que fundamenten la construcción de hipótesis e intervenciones terapéuticas y que se vinculen a estas expectativas sociales? ¿Cuáles son aquellos conceptos y como se relacionan entre sí? ¿Es posible pensar en un modelo análogo al imperante (El de la noción de personalidad y la predicción) pero que se centre en la interacción y en la construcción de sistemas consultantes? ¿Qué paralelos ciegos pueden existir entre ambos modelos y que diferencias intransables pueden ser señaladas?
Por lo anteriormente relatado, parece prioritario por un lado, entender profundamente cuales son los requerimientos actuales de los contextos sociales y por otro, ordenar algunos conceptos básicos de la evaluación/intervención sistémica, constructivista y/o narrativa de manera de poder pronunciarnos sobre una suerte de traducción al sentido común y al sistema social de esos conceptos. El objetivo de este artículo es construir una taxonomía de los principales conceptos de la evaluación/intervención sistémica y desarrollar formas de aproximación de estos a la realidad social y a los contextos donde la evaluación se ha insertado como instrumento social.
(1) No solo el lenguaje, la mayoría de los jueces o también los gerentes comienza a conocer cuales son las principales pruebas psicológicas y los principios básicos con las cuales operan.
(2) Es así como las evaluaciones psicolaborales por ejemplo ya no contienen conceptos como debilidad yoica, etapa oral o neurosis, o al menos el contexto castiga tales pretensiones.
(3) El apelativo “alternativo” emerge en función de la discusión propuesta sobre la adecuación a los dispositivos sociales y no al ámbito ampliado de aplicaciones de la Psicología, ya que no han sido llamados así.
(4) En el sentido del sistema social, no el paradigma sistémico.