
3.07.2007
3.02.2007
Sin duda la pregunta que nos hacemos versa sobre la repugnancia. A fin de cuentas ¿Qué es lo que nos parece tan repugnante de la eufemísticamente llamada “cultura de la recomendación”? ¿Qué es lo que nos espanta del pituteo y de la transparencia de estas añejas prácticas? ¿Cuál es el fundamento de este movimiento de exaltación que de forma intrigante cuestiona aquellas prácticas que ayer contribuimos a sustentar? ¿Por que hoy en día nos parece importante cuestionar la legimitidad de la asignación de becas, de la habilitación en cargos públicos y en general, de nuestras relaciones cotidianas envestidas de energía corrupta e ilegitima, en particular en el ámbito laboral?.
No parecen preguntas fáciles de responder. Parece apropiado internarnos como un primer paso en la caracterización de los actores de este gran teatro. Veamos. En primer lugar podriamos distinguir en esta partida a 5 actores relevantes, todos comprometidos con el consenso que significa este tipo de dinamica relacional. En primer lugar tenemos al pitutero, personaje políticamente correcto, de amplio dominio de habilidades sociales, gentil, de sonrisa ancha y brazos calidos para los abrazos. Sin embargo, es astuto en la ubicación y la reubicación de recurso humano en cargos laborales. Se mueve como zorro entre las gallinas, arma y desarma relaciones por conveniencia y oculta fines oscuros, ciegos, basados en la acumulación de poder cual acumulación torpe de capital económico. El pitutero es un complejo ser humano. Uno puede amarlo un día y odiarlo al otro. Porque ataca ahí donde los seres humanos somos mas débiles. El ego. Utiliza la persuasión para justificar sus fines, convence al pituteado de su eficacia cuando no lo es, de su merito cuando no lo tiene y de su legitimidad cuando claramente nunca la alcanzado. Es un maestro de las apariencias. Justifica su actuar y hace pisar a otros la red del autoconvencimiento. Todo esto, con el fin de mantener su propia dinamica relacional. Por que a pesar de que el pitutero parece a simple vista un gran amante de las oportunidades es en el fondo un necesitado de control, que en el uso inapropiado del poder que le confiere su autoridad o la burocracia del momento, mantiene llena una piscina de contactos y favores que le permiten acumular un capital relacional sucio, corrupto y distorsionado, el cual no solo tiene fines corleonescos sino que cumple con reformular su propia identidad basada en el sostenimiento de otros con el objeto de controlar y manipular, Ahí esta su goze.
En segundo lugar encontramos al pituteado, patético personaje. Esclavo de sus fracasos, de su falta de competencias e ingenuo como ninguno. El pituteado es una alma difusa y posee una identidad fluctuante. No sabe bien quien es ni hacia donde se dirige. Lo que sí sabe es que lo quiere ahora o al menos, que pueda ser claramente visible a mediano plazo. Es curioso lo que sucede con el pituteado. El se percibe y es percibido como un sujeto astuto, conocedor del lenguaje político (En el sentido mas distorsionado de “lo político”), teatral y maestro de la movilidad laboral. Sin embargo el pituteado no existe. Esta condenado a la manipulación constante, a la deformación de su identidad cuantas veces le plazca a sus superiores, a la destitución para la necesidad de sangre del circo romano, pero por sobre todo está sentenciado a una vida vacía, sin sentido o mas bién, anclada en las oscuras fauces del oportunismo. El pituteado no solo simboliza la ineficacia, es también es la pregaria de los que no aprendieron a rezar.
En tercer lugar se encuentra el meritorio valor. Aquel noble sujeto que producto de sus propias competencias se ha abierto camino en la trayectoria académica pero no así en la profesional. El meritorio valor tiene competencias, es inteligente (Aunque no necesariamente astuto), sabe de lo que habla y hace efectivamente lo que dice saber hacer pero sobretodo tiene fuerza de voluntad. Es una especia de David o Quijote posmoderno que parece tener esperanza en las nubes, en el universo o en la metafísica, pero no en la maldad. Siente rabia, claro que sí, pero rápidamente se transforma en dolor. El meritorio valor abnegado generalmente se siente dolido por las injusticias y no sabe bien canalizar el dolor. Si tuviese solo algunas gotas de lo que sabe hacer el pitutero, junto a su inteligencia, dominaría el mundo. Pero no lo es, porque no es así, porque sino no sería lo que es y sería otra cosa. No se le puede pedir.
En cuarto lugar se encuentra el hada madrina. Aquel simpático personaje, de amplias barbas, que hace lo imposible por el meritorio valor, pero al final no logra hacer nada. Dice que hace, justifica su actuar en valores, pelea con el pitutero, se desenvuelve en grandes batallas de dragones y calabozos, acumulando un peligroso capital más indefinido que ninguno del que hayamos hablado. El hada madrina tiene oportunidades de acompañar al meritorio valor utilizando no su autoridad sino los propios argumentos que dan valor al primero. En el fondo el hada madrina es un buen manager aunque gana siempre. Si el producto se sitúa en la vitrina gana eficacia, gana una lealtad, se gana al publico romano e incluso en el oscuro juego en que sabe jugar este personaje (Ojo que saben magia negra pero hace la diferencia el que no la utilicen) se gana una relación políticamente correcta con el pitutero. Se sonajean la espalda y se apretan las manos como grande amigos. Y si el producto no se sitúa en la vitrina, se deja para otra temporada, se recicla, se reubica por 50 lucas en otro lugar, se conforma un premio de consuelo. Por su parte, con sus justificaciones, gana experiencia, gana una lealtad, gana una sana competencia con el pitutero (en base a justificaciones de las justificaciones) y si las cosas se ponen negras no se quema porque el pituteado nunca será su ahijado. Ojo que mantendrá una sana relación con el pitutero pero nunca irá a jugar tennis con el pituteado. Por último, el hada madrina es un buen sujeto, aunque no es humano, no es de este mundo y tiene poderes que aseguran una desventaja competitiva. Si jugar al gallito con el resto de seguro ganaría pero de forma ilegal para las leyes humanas.
Finalmente encontramos al público consumidor. El gran circo romano. Dispuesto a amar a quien demuestre carisma y dispuesto a devorarlo al siguiente día solo para satisfacer el instinto de alimentación. El público requiere soluciones y si no las encuentra, se vuelve caníbal, requerirá sangre de alguien, del pituteado lo más seguro. El circo romano solo come, no es muy inteligente, se mueve por las leyes de la masa, las reglas físicas de los grandes bloques de nieve. El viento lo sopla y luego se mueve. Basta una pequeña brisa para desencadenar avalanchas. A la larga, el circo romano es el más poderoso aunque poco consciente de ello. Todos le temen pero se les olvida a veces.
Con toda esta larga lista de adjetivos. Como es que no nos va a espantar. Somos el circo romano. Somos los más fuertes pero a la vez los menos inteligentes. Somos poco conscientes del poder que tenemos. Cuando suceden cosas en la red de los otros cuatro actores solo sentimos grandes movimientos de sensaciones y actuamos a partir de la rabia. Que se mantiene en la rabia, mientras otros sienten dolor, otros ganan, otros pierden y otros siguen usufructuando de lo que hay a partir de lo que no tienen.