4.09.2007

La epistemología chilena del liderazgo

Tomás Díaz. Psicólogo.

Frente a los últimos acontecimientos en el mundo político, especialmente en torno al ámbito del ejercicio y administración del poder, han surgido diversos análisis y explicaciones que parecen converger en un sobre-utilizado concepto: El liderazgo. Mucho se ha comentado que el gobierno “carece” de líderazgo, que no se conduce bien el país, que falta una mano firme, entre otros comentarios. El tema ha dado para todo, inclusive para la vieja discusión que introduce temas de género como posibles explicaciones al buen o mal liderazgo. También se ha comentado, en especial respecto al gobierno, la falta de rigurosidad y firmeza en la toma de decisiones, de carácter si se quiere, una presencia importante de dubitatividad traducidos tiempos de acción prolongados y generación de símbolos que no se están leyendo como ejercicios democráticos-ciudadanos sino mas bien como planteamientos burocráticos que poco tienen que ver con las dificultades de la población (Por ejemplo la formación de comisiones como mecanismo de resolución de conflictos). El diseño e implementación de todo este tipo de actividades se vinculan directamente con un buen o mal ejercicio del liderazgo, en especial de la presidenta.

La Alianza por su parte no queda exenta de críticas. Actualmente se le crítica una suerte de presencia de liderazgos funcionales o de pantalla, formados exclusivamente para aspiraciones electorales. Desde el asesinato de Guzmán hasta el fenómeno Lavín, solo se mantuvo latente el liderazgo de Pinochet para luego pasar a desplomarse progresivamente y a perder el apoyo de quienes alguna vez lo apoyaron con vehemencia. El mismo Lavín aparece concitando un enorme apoyo ciudadano a partir de su desvinculación de las ideas fuerza que cimentaron a la Alianza. Esta crisis de su propio ciclo vital, hizo que la Alianza se transformara en una suerte de núcleo fantasmagórico que poco tiene de diferencia con la concertación, salvo la ausencia de una ideología[1]. Sin embargo, Lagos (Quien fue su competidor en las presidenciales de 1999), con su temple de estadista, el peso de su aparente eficacia, su historia, el 70% de apoyo y la presencia de un solido discurso ideológico, terminó por aplastar su imagen y relegarlo al montón. Finalmente Piñera, recargado, emerge como un líder, con algunos dolares en la mano y obligando a la mayoría de la alianza a cuadrarse con el, solo para conseguir otra derrota. Una vez terminada la elección, los que lo apoyaron a regañadientes, volvieron a buscar en sus propios corrales. En definitiva, un conjunto de pseudo-líderes, muy instrumentales, incapaces de ordenar un núcleo de pensamiento riguroso o de crear un proyecto de país nítido. Actualmente la Alianza espera que se desarrollen “los liderazgos naturales” y que “mientras mas mejor” (Lo implícito en esta afirmación es, “y de esos el que tenga mejor porcentaje en las encuestas, va”)

En definitiva, podemos decir que este es un escenario de diversas inundaciones de dilemas acerca del liderazgo político, que abarca todos los frentes y todos los niveles. Por lo mismo, lo que debemos hacer es abordar el problema desde sus fundamentos, es decir abordar el problema de que es lo que pasa con el liderazgo político en Chile. Sin embargo, de acuerdo a mis supuestos, no nos es posible evaluar este fenómeno aisladamente y por tanto, no es viable abordar el problema solo como una supuesta falla en el liderazgo de la persona de Bachelet o de personeros de la Alianza, volviendo a antiguas teorías caracteriales y comportamentales que situaban en esencialismos individuales las posibilidades de ser buen o mal líder. Actualmente la ciencia nos permite percibir al liderazgo desde una perspectiva contingencial, es decir, plantear que no podemos sustraer al líder de los liderados. En este sentido, el líder solo es líder si es coherente con lo que los eventuales liderados esperan, y por lo mismo, diversos tipos de personalidades pueden ser lideres dependiendo del contexto donde se inserte esa personalidad. Posteriormente, tanto el líder como los liderados forman una delicada dinámica de retroalimentación donde se van co-construyendo y reafirmando mutuamente a lo largo del tiempo.

Es por esto que creo que las explicaciones científicas del fenómeno debiesen ser buscadas en el propio diseño social que operamos o indagadas en el contexto socio-cultural amplio en que vivimos. Es decir la crisis de liderazgos debiese ser mucho mas coherente de lo que creemos con nuestras propias operaciones cotidianas, expectativas políticas y aspiraciones básicas, trascendiendo por tanto, la esfera de las características de personalidad de tal o cual político. Mi hipótesis apuesta a una crisis en nuestro concepto de liderazgo contemporaneo. Crisis basada en profundos supuestos acerca de que es lo que es el liderazgo, como se desarrolla, como opera y cuales son implicancias. Con esto me refiero a que en el co-construir nuestra sociedad, estamos intentando forjar un tipo de liderazgo que no responde a lo que necesitamos actualmente y que recursivamente tiñe el accionar de los actuales políticos, que en el intento de ejercer su cuota de poder, buscan liderar de una manera poco viable.

Debido a que este no es un análisis de ciencia política (Y debido a que no pertenezco a esa comunidad) me permitiré relevar algunos casos paradigmáticos de este último tiempo, para construir el problema tal cual lo aprecio. Me permitiré ir comparando estos casos con la figura de Bachelet, solo para al final redimensionar todo con el contexto general, donde se incluye el comportamiento de la Alianza.

El caso Maynne-Nicholls

Probablemente usted se preguntará como se relaciona el caso del actual presidente de la ANFP con la crisis de liderazgo de Bachelet. Pues bien, sosteniendo el principio de la equifinalidad, el caso Maynne-Nicholls presenta demasiadas e inquietantes similitudes actuales con el caso Bachelet aunque distintos puntos de partida. Si usted recuerda, antes de ser elegido, Maynne-Nicholls emerge a la opinión pública como una figura de impecable currículum, perfil técnico, manejo político (En el sentido amplio), conocimiento de lo público y lo privado, riguroso en sus planteamientos pero sobretodo representando un ideal de cambio, una expectativa de crecimiento y una señal de modernización en comparación con la indelicadeza, torpeza y estancamiento de la anterior directiva, sumida en diversas ineficiencias e incompetencias, lamentablemente explicadas por la mayoría como producto de “su origen” y transformado en ese entonces en una suerte de mafia criolla con capacidad de incidir sospechosamente en la elección próxima a través de la generación de un nuevo padrino. Por suerte, para ese entonces, Maynne –Nicholls consigue un importante apoyo y todos de alguna forma fuimos un poco mas felices con el nombramiento que auguraba buenas nuevas para el fútbol chileno.

Pues bien, la primera señal de que algo no andaba bien fue una de esas intervención públicas que en el caso de aquellos llamados a ser líderes son como el sedimento de todo el trabajo que hacen en sus oficinas privadas. En el contexto de la bochornosa evaluación que hacía la FIFA de los recintos deportivos para el eventual mundial de fútbol femenino (Recintos administrados por las municipalidades, cabe decir), Maynne-Nicholls aparecía representando un curioso rol de víctima de la mala gestión municipal señalando que es importante que “solucionen eso lo antes posible” para poder pensar en desarrollar el mundial. “Así como están las cosas” no vamos a lograr hacer el mundial. Curioso, debido a que en su calidad de líder uno hubiese esperado que se hiciese cargo de la responsabilidad que le compete y no que le dijera a la vecina que el balón lo arrojó otro muchacho. ¿Cuál era la responsabilidad que le compete se preguntara usted? Bueno, la responsabilidad del cambio, de gestionar lo adecuado y establecer los compromisos con la opinión pública para fomentar la solución de este problema. ¿Que es lo que hizo? Se hizo a un lado y se situó en la vereda de todos los mortales. Ya vamos a revisar como es que esta forma de operar es completamente distinta al liderazgo que necesitamos en el país.

Ya por ese entonces comenzábamos a ver lo que hoy ya es cotidiano en Maynne-Nicholls, una imagen un tanto despreocupada de sí mismo, pelos parados, ojeras incluidas y un reflejo de cansancio e inoperatividad casi calcado de su antecesor. Tal como si luego de asumir el cargo comenzase a ser consumido por el lado oscuro de la fuerza, por una esencia inmaterial transformadora o en la peor de la explicaciones públicas, por la corrupción de “lo estructural”.

El caso Zamorano

Un poco mas bochornoso y mucho mas comentado fue el caso del conocido ex ­­–futbolista. Nadie auguró que cuando comenzábamos a ver al ídolo junto a las autoridades anunciando el Transantiago, las cosas iban a terminar tan mal como terminaron. Especialmente en relación al deterioro de la imagen de Bam-Bam. Era inevitable que la figura de un ídolo cercano al pueblo, pero que ya hace un buen rato dejo de usar la locomoción colectiva, saliera ileso del gran desastre del Transantiago. Zamorano comenzó a acumular y condensar todo el resentimiento de la gente en relación a cada dificultad del polémico plan. Zamorano, que en alguna época simbolizó todo lo bueno de nosotros: empeñoso, valiente, aguerrido, emprendedor, goleador, súper-chileno y orgulloso por ello, cambio de polaridad en un par de semanas. Aprovechador, oportunista, mentiroso, mal diseñador de planes de transporte (Incluso rondo el delirio de que Zamorano había sido parte del diseño del plan), fueron los epítetos mas amigables.

Cuando el peak del abucheo colectivo amenazaba con desbordar y convertirse en violencia contra el alicaído deportista, Zamorano desarrolla otra muestra más de una increíble distorsión del concepto de liderazgo. ¿Qué fue lo que hizo nuestro otrora líder deportivo? Se desmarcó monumentalmente de algo indesmarcable, confundiendo niveles de responsabilidad y asegurando que era”otra víctima mas” del engaño del Transantiago. Esto, cuando a todas luces lo menos que uno podía percibir es que al numero 9 nadie lo obligó a involucrarse en este emprendimiento y que si hay algo que caracteriza cualquier negocio es el hecho de aceptar los riesgos que involucra. En este caso, riesgo de devaluación de la imagen del deportista. Muchos, luego de estas declaraciones, siguieron criticando a Zamorano, pero ahora por las razones de no haberse comportado a la altura de un líder.

Bachelet y la casuística

¿Que sucede con Bachelet?. Algo no muy distinto. Frente a todos los problemas que ha debido enfrentar su gobierno, y salvo el excepcional mea culpa que precedió al cambio de gabinete, ha planteado, una y otra vez, la misma estrategia comunicacional. La estrategia del abandonar el bote o el desmarcarse. Frente a la crisis de los secundarios, reta a los ministros, les lee la cartilla, como si el problema fuera independiente de ella, y solo se remitiera a un problema de disciplina de unos chicos pinganillas de jardín infantil. Posteriormente vuelve a recalcar que no aceptara mas reactividad, como si ella no fuese parte de eso y como si lo que ella esta haciendo no fuese un ejercicio reactivo (Enviando un complejo mensaje paradójico a la ciudadanía). En el transantiago, intenta “empatizar” con el pueblo cuando se le reclaman soluciones, mientras es apoyada por ministros que culpan al sector privado, cual estudiante acusete de tercero básico. Por otro flanco, se ve inmersa en una espiral de pseudo-culpabilizaciones con Lagos con peligrosas consecuencias para la imagen de la concertación. Mientras Lagos explica el problema desde la implementación, la presidenta lo hace desde el diseño, ¿Quién entiende?. Y como si esto no fuera poco, la alianza pide que se cumplan “las responsabilidades políticas”, esto queriendo decir que los ministros pongan sus cargos a disposición.

La pregunta es: Si en este complejo escenario, todos, inclusive la presidenta, están intentando denunciar, fiscalizar, enjuiciar y buscar a los culpables para que cumplan con sus “responsabilidades”, ¿Quién esta liderando el país?. Si usted recuerda, el rey salomón, no solo juzga bien sino también ejecuta planes de acción que resuelven los problemas con eficacia. Repito entonces ¿Quién esta liderando el país y bajo que condiciones?

Denominadores comunes

A partir de la lectura de este fenómeno pueden desprenderse dos denominadores comunes de orden epistemológico que permiten comprender con mayor precisión el problema. Estos denominadores nos permiten aportar ciertas premisas cercanas a la posmodernidad, que a mi entender podrían guiar un nuevo curso de reflexiones.

En primer lugar, en Chile manejamos un concepto de responsabilidad propio del pensamiento occidental, heredero de la modernidad y muy cercano al concepto de “culpabilidad”. En nuestra cultura, ser responsable de algo, es lo mismo que ser culpable de algo, y a su vez, ser culpable de algo, es lo mismo que ser el causante de algo. Cual agente patógeno que causa una enfermedad, el culpable (Léase responsable para nosotros) produce un efecto perjudicial en un órgano determinado y a la vez, su identidad esta definida, exclusivamente como productora de efectos indeseables. Por así decirlo, la culpabilidad es parte de su organización y define el tipo de comportamiento que puede tener, los que en definitiva son todos comportamientos ligados a afectar cada vez más perjudicialmente al órgano. Es por esto que la Alianza, cuando pide que se cumplan las responsabilidades políticas, en el fondo pide la remoción de los agentes patógenos. No es solo una formalidad del buen ejercicio político, es un comportamiento arraigado en profundos supuestos culturales. Es por esto que todos los llamados a ser líderes de algo, cuando deben demostrar responsabilidad, intentan desmarcarse de la forma más oportuna posible, sean de la Concertación o de la Alianza. De lo contrario, quedan estigmatizados como agentes patógenos que no tienen otra posibilidad de ser exterminados en el corto y mediano plazo, y además, como actores incapaces de producir otro tipo de comportamientos que no sea dañino, en estos casos curativos o médicos hacia el órgano afectado. En otras palabras, en nuestra cultura, señalar a un actor político como responsable de una problemática, es lo mismo que condenarlo a la horca.

Recordemos en este punto que una definición básica y muy primaria del liderazgo es la capacidad de influir en otros para determinados fines. En el pasado, cuando la modernidad planteaba la relevancia absoluta de las esencias y las mentes individuales, esta definición parecía querer decir la capacidad de influir en otras personas. Con el advenimiento de la posmodernidad, emerge la relevancia de las interacciones, las relaciones, las comunidades de sentido y por sobretodo, los sistemas en co-determinación, tanto a nivel individual, comunitarios como mundial (En el marco de una creciente globalización). Algunos autores han llegado a plantear que estamos inevitablemente conectados y existimos solo en esta red de significados y lenguaje. Por tanto, desde la posmodernidad la definición de liderazgo parece querer significar la capacidad de influir no en personas sino en redes de inteligibilidad. Gestionar estas redes en situaciones de conflicto o situaciones de mayor estabilidad, presupone liderazgo. Sin embargo este gestionar y trabajar sobre y en las redes, se relaciona con un coherente concepto de responsabilidad, distinto a aquel vinculado con la causalidad lineal. En este sentido, la causalidad lineal está más ligada a los conceptos de mente individual y por consiguiente hacerse responsable, es asumir que uno como líder causó algo específico, o que como líder fue variable independiente de un efecto perjudicial determinado. En otras palabras, frente a situaciones de crisis el líder asume que su comportamiento individual causó un efecto en el sistema social y por tanto es moralmente recomendable para él, dejar de liderar. En su contraparte, el sistema social reconoce en el líder dicha responsabilidad y lo distingue como un organismo patógeno. En cambio, desde la posmodernidad, entendemos que los fenómenos que ocurren en un sistema no tienen tanta relación con un agente externo sino con la propia dinámica interaccional, la estructura o en casos mas graves, la organización de ese mismo sistema que contiene esas problemáticas como parte de su operar. En esta forma de pensar, el líder como parte del sistema es co-responsable en su nivel político de la mantención del problema. El hacerse responsable, sería entonces aceptar que uno tiene que ver en algún nivel con la mantención del problema, no así necesariamente con su generación. Desde esta perspectiva, la renuncia, la destitución política y los cambios de gabinete corresponden a otro dominio de acciones, un dominio de acción moral no así político, basado profundamente en el concepto de causalidad lineal.

En los sistemas humanos, las problemáticas son sustentadas por dinámicas coherentes con la estructura de dichos sistemas, implicando esto que en términos tecnológicos el comportamiento del líder debiese estar orientado a hacerse cargo de la influencia sobre las redes para gatillar cambios que generen una nueva dinámica que no contenga dichas problemáticas. El líder de hoy no influye en personas sino en interacciones o en redes. El equipo gubernamental es capaz de (a) mediar entre , (b) negociar entre, y (c) articular redes de personas, por ejemplo entre el sector privado y el público, los operadores y la sociedad civil, etc.. en el caso transantiago. El líder nunca va a situarse en el rol de señor feudal sino de un artífice de la comunicación entre actores siendo capaz de desprenderse de la necesidad de control y dar paso a la fluidez de los sistemas de conversación. No puede, no solo por razones morales sino por razones políticas, situarse en otra vereda que no sea la del líder político. Necesita asumir la subjetividad de los diversos actores, reconociendo su legitimidad y buscando siempre las formas políticamente viables de negociación entre estos. En términos de liderazgo político, implica comprometerse a articular a todos los actores involucrados para procurar una solución. En términos comunicaciones implica asumir el compromiso del efectivo desarrollo de acciones basadas en principios de transparencia, participación ciudadana y democracia. Se necesita que la ciudadanía afectada en el diario vivir sea parte de la construcción colectiva de soluciones y que reconozca cómo diversas iniciativas de discusión política en altos niveles afectan trayectorias completas de acción, que afectan a su vez su modo de vida. Esto es radicalmente distinto al desmarcarse y ubicarse en el lugar de los liderados, o en niveles que no le corresponden de acuerdo a su rol. Eso, desde esta perspectiva es nada, no es liderazgo[2].

El segundo denominador común es de un orden mas concreto. También pareciera ser que en Chile, el liderazgo actualmente lo entendemos como una pseudo-empatía con el que sufre. Se ha puesto de moda el jefe amable, chacotero, cálido, que se preocupa “de los problemas reales de la gente” etc… y frecuentemente es entendido como un buen líder. Probablemente estas características sean funcionales a determinado tipo de sistemas que las requieren de un líder, pero el líder también necesita una meta-capacidad que es de adaptarse a las necesidades del grupo y nuevamente, ser un artífice y articulador de actores, un negociador por excelencia, transformador inclusive de su propio modo de operar (Autoritario, permisivo, etc…). En este sentido la empatía es un exquisito comportamiento, básico para el desarrollo humano, pero que de ninguna debiese abarcar la totalidad del constructo liderazgo. Es un potencial que debe emerger en resonancia con las necesidades de la ciudadanía y no como una estereotipia, que finalmente suele leerse de muy mala manera por la ciudadanía y no cumplir con los objetivos de contención. En palabras sencillas, hay momentos y momentos para ser empático. En situaciones de crisis, se ha sustentado científicamente la hipótesis de que se requiere un liderazgo mas autoritario, en el buen sentido de la palabra, es decir, que tome decisiones orientadas en este caso a articular las redes y promover la negociación despejando todas las variables intervinientes que podría impedir eso, de la manera mas eficientemente posible. Por el contrario, la empatía es precisamente lo contrario. Es no tomar decisiones por el otro, sino acompañar al otro, reflejar de la manera mas fidedigna lo que le sucede, consultarle si no le entendemos, tratar de sentir “como si” fuésemos el otro, de manera que el otro aumente la comprensión de si mismo y a partir de ahí encuentre las respuestas y cursos de acción a sus problemas. Considerando el trazado de esta distinción conceptual básica, podríamos sugerir que quizá la ciudadanía no requiere en estos momentos de crisis, un líder “empático”.

Por otro lado, puede que la posibilidad de que un líder político, como por ejemplo el presidente o un Senador de la Alianza, pueda llegar a ser empático con los ciudadanos, tiene matices para mí que merecen un completo análisis particular que trasciende este comentario. Como mínimo, abordaría la preguntaría básica, con datos en mano, de cuales son los efectos empíricos de este comportamiento político en los ciudadanos, considerando que no existen las mismas condiciones descritas para que emerja la empatía. No se trata de una relación interaccional común, de cara a cara, con posibilidad de feedback y autocorrección, ni tampoco se basa en otros principios inseparables de la empatía como la autenticidad y la aceptación incondicional. Tengo dudas acerca de la existencia de la empatía en este nivel y probablemente debamos empezar a pensar en otro concepto mas apropiado para lo que se necesita, como sensibilidad o percepción política. Pero pese a esa duda, que la dejo planteada, creo que es posible hacer otro análisis, que explica el por que nuestros líderes se involucran en estas ineficientes estereotipias con el objetivo, honesto o no, de ser empáticos. Pareciera, que igual como ocurre en otros dominios, en el dominio político se confunde empatía con simpatía. Frecuentemente observamos líderes que buscan ser empáticos, pero que en las conductas finalmente se muestran simpáticos, es decir no diferencian su propio Yo de la otra persona. Poniendo esto en un sistema de roles, la Presidente, Zamorano y Maynne-Nicholls se sitúan en roles de víctimas, identificando aquellos elementos de las crisis que les causan dolor y describiéndolos. Pero perdón: ¡Ellos no son víctimas!, ¡Los dos primeros no hacen las interminables colas para los buses ni transpiran por periodos de más de una hora (Tipo Sauna) en el colapsado metro! ¡Al tercero lo eligieron precisamente para coordinar y negociar, no para sufrir! Entonces, se confunde el ser empático con el ser simpático, al mismo nivel como sería que un psicoterapeuta se pusiese a llorar desconsoladamente frente a un relato de un paciente. Es como ser amigo de los otros, no diferenciarse, ser igual al otro y perder todo tipo de capacidad de contención. Creo que esta confusión puede deberse en primer lugar, a la falta de entrenamiento en comportamiento empático, cuyo aprendizaje es bastante mas complejo que lo que se piensa, y en segundo lugar, recuperando la hipótesis del párrafo anterior, es probable que desde el nivel en que estamos hablando, no sea posible ser empático, en los términos que tal fenómeno acontece en las relaciones interpersonales cotidianas y profesionales.

Conclusiones

Entonces ¿Que tienen en común nuestros liderazgos actuales? Un profundo error epistemológico al cual adhiere toda la sociedad (Incluyéndome) en co-determinación y mantención permanente de una dinámica que fundamenta y confirma el mismo error. Esto es fundamental, porque también debemos ser coherentes con la recursividad de esta explicación: Son nuestras propias secuencias conductuales cotidianas, en relación al poder y al liderazgo local, las que confirman este modo de operar y transmiten la necesidad de estas desenfocadas estrategias de liderazgo. Podríamos ejemplificarlo con un caso en una escuela local (Sin intención de generalizar). Una profesora descubre que en su curso, ha ocurrido algo indebido, como por ejemplo, el destrozo de algo. La profesora comienza una serie de gestiones para descubrir “quien fue”. Una vez que lo logra, se identifica el agente patógeno, se le estigmatiza, se le aplica una sanción moral y se sigue con el curso de la vida. Estoy en condiciones de aseverar que existe una alta probabilidad de que el mismo hecho ocurra nuevamente en un periodo no muy largo, ya sea por el mismo muchacho u otro. Lo que esta profesora no entiende es que el fenómeno puede ser causado por muchos agentes de diversa naturaleza, un niño, una niña, el que sospechábamos, el que nunca sospechamos, etc… (Principio de Equifinalidad), y que junto con esto, la sanción moral correctiva a un individuo es discontinua con una solución del problema del sistema. La mantención del problema depende de la dinámica del sistema, donde todos los niños del curso incluyendo la profesora (Y el director, los apoderados, los auxiliares, etc…) tienen una co-responsabilidad. El camino a la solución podría implicar que los muchachos puedan conversar sobre el problema, desidentificando a juanito-delicuente y abordando las diversas temáticas, la violencia, el daño, etc… y abordando cuales son las responsabilidades y derechos en torno a la relación con ese problema. Implicaría que los muchachos puedan conversar sobre estos temas junto a los directores y auxiliares diseñando campañas para la no violencia y aprendiendo habilidades para ser más cooperativos. Y en este proceso, indudablemente la responsabilidad de la profesora como líder es generar las condiciones para que estas diferentes redes se articulen y aborden el problema en su totalidad.

En el mismo plano no esperaríamos que la profesora se muestre desestabilizada por el vandalismo y estos actos de delincuencia, mostrando que se siente afectada y victimizada. Es decir no esperaríamos que simpatice con las “víctimas”. Ese comportamiento solo confirmaría la identidad que intenta construir el muchacho que ejecutó la conducta problemática, confirmaría la incompetencia de la “víctima” y anulará toda su capacidad de liderar un proceso de cambio en el sistema. Sin embargo, comúnmente la mayoría reaccionamos así.

Finalmente, en estas formas de operar, que no suceden solo en la escuela, sino también en el trabajo, las empresas, las familias, etc…¿Qué concepto de liderazgo manejamos?, ¿Qué concepto de liderazgo maneja la comunidad de sentido a la que pertenecemos?, ¿Cuáles son nuestros modelos de líderes y patrones de comportamiento vinculados a ellos en nuestro entorno cotidiano?, y lo mas preocupante y del dominio de nuestra responsabilidad cívica ¿Que señales enviamos al mundo político en cuanto a cuales son nuestras necesidades de liderazgo?.

01 de Abril de 2007



[1]El documento que profundiza en este análisis se encuentra en preparación.

[2] En la Alianza el fenómeno sucede de una manera un tanto distinta. La posibilidad de líderazgo político queda bloqueada por los mismos significados que emergen de ese sistema: evaluar y fiscalizar al gobierno y en definitiva a la Concertación. El líder posmoderno se sustenta en la capacidad de gestión de redes, de manera propostiva y no restrictiva. Es una posible explicación de la dificultad de convertirse en Gobierno.

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